EMA
El frío todavía no se había marchado por completo a esta altura del año, el verdor de las primeras hojas anunciaba la llegada de la primavera.
La visión es otra para esta época, serán los pimpollos a punto de estallar o los brotes apurados de los árboles.
Todo eso quedó en el pasado, ya no podía sentir de ese modo, pensaba Ema, mientras se desperezaba en su cama.
-No quiero acercarme al jardín me encerraré hasta que llegue el invierno nuevamente.
Era el castigo que se imponía por sobrevivir en el accidente que se llevó a su marido.
Con casi setenta años, caminó por la habitación y salió al corredor en donde había una ventana abierta que olvidó tapar. Se quedó paralizada ante tanta luz, volteó la cara y tapó la ventana. Volvió a su habitación y mientras cerraba la puerta, la primavera le robó una sonrisa.
EL MAR
Todo lo que me rodeaba era seco y arenoso.
Sentí que la angustia avanzaba implacable hacia mí, miraba cualquier punto como buscando un indicio de vida.
Entonces lo vi… perdido en el horizonte, era el cielo en la tierra o la tierra en el cielo.
Cuando llegué, me recosté en la arena y sentí la caricia del mar por primera vez.
POSESIÓN
Lo que más me atraía era la música, la seguí por la galería oscura, sólo el movimiento de alguna rama daba origen a figuras danzantes en la noche de luna llena.
A medida que me acercaba a la última habitación la música se hacía más nítida. Era como el sonido de un clavicordio que me llevaba, me empujaba hacia adentro.
Apenas toqué la puerta ésta se abrió, la habitación estaba toda iluminada con velas, el clavicordio en el centro sonaba como si alguien lo tocara. Una fuerza se apoderó de mí y me sentó delante del instrumento. Comencé a tocarlo, mis dedos parecían conocer a la perfección las notas, pasaron horas hasta que amaneció.
Cuando salí de la habitación, era otra persona.
DESPERTAR
El bullicio de los niños llegaba a mí desde la ventana, me levanté y solo entonces me dí cuenta, que la casa era un gran barco que navegaba por el cielo.
DESPUÉS DE LA LLUVIA
La tan esperada lluvia había llegado a Unquillo, y muy abundante, el agua formó charcos que reflejaban las flores y los árboles como en una pequeña laguna.
La tentación fue grande para mí, me saqué los zapatos y caminé por el pasto mojado, todavía caían algunas gotas de lluvia. Me acerqué al charco más grande y hundí los pies. Comencé a chapotear como una niña, mojándome la ropa, cuando de repente una rana saltó al agua, nadó hasta una piedra y se paró allí, me miró como dejándome el turno de chapuceo, retrocedí con temor.
La rana se volvió a tirar al agua, nadó y se paró nuevamente en la piedra, los pájaros se posaron en una rama para mirarnos curiosos, me animé volví al charco y bailé, la rana me observaba, se tiró al agua y nadaba en círculos imitándome, De pronto un ave de gran tamaño nos hizo sombra, ella se asustó, miró para todos lados y salió saltando presurosa, no la volví a ver.
Me quedé impresionada por su inteligencia.
Los días pasaron y volvió la lluvia, cuando paró me encontraba en mi desvencijado escritorio haciendo algunas anotaciones, un ruidito en la ventana llamó mi atención, era la rana que venía a buscarme, salí y jugamos en el charco.
Desde entonces, luego de las lluvias me encuentro en el jardín con mi amiguita la rana.
LA PLAYA
Tengo mucho para agradecer a la vida, a los ochenta años logré hijos responsables y nietos amorosos. He viajado a muchos lugares, pero de todos los que conocí, hay uno que recuerdo con nostalgias. Cerré los ojos y me encontré allí, parada, descalza en la arena, respirando el aire salobre y el constante revoloteo de las gaviotas.
Mi compañero había partido antes, me sentía sola, lo extrañaba. Me gustaba escuchar mi nombre en sus labios. Sentía que pronto nos reuniríamos, no tenía idea cuándo ni dónde, sólo sabía que tenía que viajar a aquel lugar de playas solitarias.
Nadie me quiso acompañar y a pesar de la negativa de mis hijos, partí de todas maneras. Llegué, me instalé en una cabaña y salí a caminar muy despacio, encontré una gran roca y protegida por su sombra me senté en la arena mirando al mar.
Comencé a escribir algunas frases, palabras sueltas sin lograr coordinar un párrafo, levanté la mirada hacia el mar y la playa como buscando respuestas. A lo lejos una silueta lenta llamó mi atención.
Yo lo conozco, pensé. Busqué en los recuerdos, me esforcé sin resultados. A medida que se acercaba me resultaba más familiar. Faltando solo unos metros me paré, lo esperé y noté que traía algo en la mano, me cubrí del sol y lo vi.
-Soy yo, Carlos
-¿Carlos?... ¿De dónde viniste?... ¿Quién te dijo?
-Vine porque encontré tu carta.
-¿Cuál carta? Hace cuarenta años que no escribo una.
-Sí, hace cuarenta años escribiste en un papel, lo metiste en esta botella, le pusiste el corcho y la arrojaste al mar, luego muy, pero muy lejos yo la encontré.
-No recuerdo lo que escribí, ¿qué dice el papel?
Me abrazó suavemente, sacó el papel amarillento de la botella, la tinta ya no existía, los trazos eran solo surcos que se leían claramente: ”Ven pronto mi amor, te espero en la playa”.